La importancia de ser olvidado#
Then on the shore of the wide world I stand alone,
And think till love and fame to nothingness do sink.
John Keats
En el capítulo nueve de la quinta temporada de Mad men, Michael Ginsberg recitó los famosos versos triunfales del Ozymandias de Shelley después de que su propuesta publicitaria fuera elegida para presentarse ante ciertos ejecutivos de prestigio. En respuesta, Stan Rizzo le aconsejó buenamente que leyera el resto del poema. Digo buenamente porque es verdad que el poema de Shelley demuestra de manera brillante cómo todas las obras del hombre son, en esencia, castillos de arena. Oscar Wilde supo que la cultura del esfuerzo y del trabajo duro, esos soberbios manierismos de desocupados mentales, antes que cualquier otra cosa son el refugio de quienes no tienen nada que hacer. Los proyectos, los trabajos y las condecoraciones, esos colosales castillos falaces, desde siempre han conseguido encantar a cada generación de hombres mediante el artificio psicológico; sin embargo, somos propensos a olvidar que también desde siempre el despiadado paso de los siglos termina reduciéndolos a la pura anécdota o, en la grandiosa mayoría de los casos, al polvo y a la nada.
Que todavía hoy estimemos el valor y la inteligencia de los hombres mediante la vulgar prueba de la producción solo indica que, como Michael, aún no hemos aprendido del todo esa lección. Ozymandias, el personaje de Watchmen, es tenido por el hombre más inteligente porque mediante su esfuerzo y sus obras consigue amasar una fortuna y convertirse en el hombre más poderoso del mundo. Hoy, nosotros tenemos en alta estima a Elon Musk como en algún momento tuvimos a Newton, a Wallace, a Tesla, a Crookes o a Gödel; con el tiempo, descubrimos que Ozymandias era tan ingenuo que creía que podía salvar a la humanidad de sí misma, que Musk piensa que el coronavirus es una conspiración, que Newton se dedicó a la alquimia durante casi toda su vida, que Tesla, cuando dejaba de trabajar, comenzaba a horrorizarse pensando en alienígenas, que Wallace creía en la telepatía, que Crookes fotografiaba espíritus y que Gödel se dejó morir de hambre por una suerte de paranoia. En toda sinceridad, yo no sé cómo Leibniz, Gauss y Euler pudieron dedicarse a leer y pensar cosas tan tediosas durante décadas enteras si no es porque también eran un poco idiotas.
Querer ser juzgado por las obras propias, arrogarse el título de mártir, redentor de la humanidad o estandarte de la ilustración tiene mucho más de vanidad y de necedad que de inteligencia. Nosotros, que para con los demás tenemos la cortesía de ser olvidados y para con nosotros mismos la honestidad intelectual suficiente para sabernos meros mortales, somos por lo menos lo suficientemente inteligentes para comprender que la eternidad y la inmortalidad son invenciones espantosas de gente espantosa, y que la perfecta inutilidad de todas las cosas siempre nos dejará con la maravillosa alternativa de consagrar la belleza.
2020
And so castles made of sand / Slips into the sea… eventually…